Lucía Tello Díaz
En este año sin certezas se celebra el centenario del nacimiento de una de las grandes figuras de la intelectualidad española, Fernando Fernán Gómez, un artista poliédrico y repleto de talento que protagonizó algunos de los pasajes más memorables de la historia de nuestro cine.
Nacido el 28 de agosto de 1921 en Lima (Perú), tardó años en revelar que, en realidad, era nieto de la gran empresaria y actriz María Guerrero, cuyo hijo había mantenido una relación con su madre, la también actriz Carola Fernán Gómez. No fue hasta los siete años que el pequeño Fernando descubrió, de la mano de su abuela materna, cuál era su procedencia, algo que el propio actor confesaría años después en el documental La silla de Fernando (2006, David Trueba).
A pesar de que inició sus estudios en Filosofía y Letras, actividad que fue interrumpida por el estallido de la guerra civil en 1936, la auténtica vocación de Fernán Gómez respondía a una pulsión tan sanguínea como excitante: el teatro. En él destacó cuando, con apenas diecinueve años, fue descubierto por Enrique Jardiel Poncela, con quien estrenaría Eloísa está debajo de un almendro en plena posguerra. No obstante, las aspiraciones de Fernán Gómez no se limitaban a las tablas, ya que no tardó en encontrarse seducido por el arte cinematográfico, al que dedicaría la práctica totalidad de su carrera profesional. Aunque sus inicios fueron difíciles y repletos de miseria -el propio Fernán Gómez recordaba en sus memorias cómo se guarecía del frío y del hambre en las butacas de los cines con María Dolores Pradera-, pronto consiguió abrirse camino en la compleja industria cinematográfica.
En 1943 participó en siete películas (Cristina Guzmán, profesora de idiomas; Noche fantástica, Se vende un palacio, Viviendo al revés, Rosas de otoño, La chica del gato, Una chica de opereta) y otras tantas llegarían en años venideros hasta El destino se disculpa (1945, José Luis Sáenz de Heredia), uno de sus títulos más relevantes, junto con Domingo de carnaval (1945) protagonizada por Conchita Montes y firmada por Edgar Neville. Tanto los directores con los que trabajaba como la calidad de las cintas auguraban una carrera sostenida a lo largo de las décadas, lo que no es óbice para que, al comienzo de su andadura, su situación no fuera precaria.
De hecho, él mismo señalaba con gracejo que, al principio, era reconocido popularmente como “el actor que muere en Botón de ancla” (1948, Ramón Torrado), ya que era el único de los tres protagonistas que fenecía en la trama. Anécdotas aparte, este hecho es sorprendente, ya que aquel mismo año había protagonizado una de las películas más estimulantes y creativas de toda su filmografía, Vida en sombras (1948, Llorenç Llobet-Gràcia), una cinta concebida como auténtico homenaje al cine, y que asombra por su excelente dirección, argumento y fotografía.
No fue hasta que rodó Balarrasa (1951, José Antonio Nieves Conde), otro hito en su filmografía inicial, que obtuvo un mayor reconocimiento. La película no solo se estrenó en el Festival de Cannes, sino que le abrió las puertas a un futuro de actuación ininterrumpida durante todo el siglo XX y las primeras décadas del venidero.
Sin embargo, las inquietudes intelectuales y creativas de Fernán Gómez necesitaron de nuevas vías de expresión, iniciándose en la dirección cinematográfica con el filme Manicomio (1953), cuando contaba con apenas treinta y dos años. A este título le seguirían otros veinticinco, algunos de los cuales han supuesto un deleite para el sentir cinéfilo, con auténticos emblemas como La vida por delante (1958), El extraño viaje(1964) o El viaje a ninguna parte (1986).
Entretanto, Fernando Fernán Gómez pudo desarrollar una fructífera carrera teatral y literaria, siendo un habitual del Café Gijón e incluso llegando a ser miembro de la Real Academia de la Lengua Española.
Como actor, logró trabajar con los directores más icónicos del cine español, entre los que se encuentran Luis García Berlanga (cuyo centenario es coincidente con el de Fernán Gómez), Pedro Almodóvar, José Luis Garci, Carlos Saura, Víctor Erice o Fernando Trueba.
Además, tal como se expresa en el libro El universo de Fernando Fernán Gómez (prologado por Emilio Gutiérrez Caba y escrito por una veintena de autores entre los que se encuentran Juan Luis Álvarez, Juan Carlos Laviana, Miguel Marías, César Antonio Molina o la que suscribe estas palabras), Fernán Gómez obtuvo un sinfín de reconocimientos internacionales, incluyendo el Oso de plata a Mejor actor en Berlín en dos ocasiones y el Honorífico en 2005, además del Premio Príncipe de Asturias de las Artes y el Premio Donostia del Festival de Cine de San Sebastián.
A nivel nacional, Fernán Gómez se alzó con el Premio Goya en seis ocasiones, tanto en su categoría de intérprete como en la de dirección y guion.
En definitiva, un intelectual de primera magnitud, un hombre inteligente y perspicaz que supo analizar el tiempo que le tocó vivir y recodificar todo cuanto observaba en una brillante carrera cinematográfica.
Larga vida al legado de Fernando Fernán Gómez.